El Espíritu de Dios fue enviado con un propósito. Jesús no fue a ministrar públicamente hasta que el Espíritu descendió sobre él; su último mandato a sus discípulos fue que esperasen el poder del Espíritu. Años después, Pablo anima a ser llenado constantemente del Espíritu. El “aceite de Dios”, a como es llamado Espíritu de Dios, es de suma importancia para un ministerio efectivo.
El propósito del Espíritu es claro: él trae buenas noticias, da fuerza a los débiles, libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos, alienta al arrepentido, da gozo al que está triste y consuela al que llora. El Espíritu nos siembra como robles sólidos en su justicia.
“Espíritu de Dios, ven sobre mí mientras comparto las buenas nuevas y traigo esperanza y sanidad a los heridos y desalentados. Fortaléceme en tu justicia mientras vivo para traerte gloria.”
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