Adorar es levantar a Cristo en alto, elogiar sus meritos, servirle y obedecerle de todo corazón, es pensar en Él primero. La adoración es Cristo-céntrica.
Adorar a Dios requiere una actitud de corazón pura y santa, actitud que se demuestra cuando respondemos a los anhelos de Dios. “Dame integridad de corazón para temer tu nombre,” dice Salmo 86. Adoramos cuando nos sometemos a Dios y fluimos con el Espíritu Santo. “El espíritu quebrantado, contrito y humillado te agrada a ti, oh Dios.”
También, cuando buscamos a Dios más que cualquiera otra cosa, le adoramos a Él. El salmista dijo, “Mi alma anhela y aún desea ardientemente tus atrios, Señor.”
La adoración verdadera sale de lo más profundo de nuestros corazones.
Salmo 51:17; 84:2
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